top of page
  • Foto del escritorJosé M. Caballero

Un mes después del fuego



El día 29 de agosto de 2023 se declaró un incendio en el Parque Regional de El Valle y Carrascoy (Murcia). El fuego comenzó al borde del cauce de la rambla del Valle, muy cerca del punto de inicio de la Senda de las Columnas, y a poca distancia del Centro de Recuperación de Fauna Silvestre y del Albergue Juvenil (Fig. 1). Se propagó hacia arriba en la ladera, dando lugar a una franja quemada que se iba ensanchando a medida que ascendía y se bifurcó en un momento determinado, volviendo a unirse después; alcanzó la cumbre (338 m) de un montecillo y pasó a la ladera opuesta, pero sólo unas decenas de metros. Se desató la alarma, pero, gracias a la actuación rápida y eficiente de los bomberos, quedó completamente apagado la mañana del día siguiente. En la superficie afectada, de 2 Ha aproximadamente, la cubierta vegetal consistía en un pinar de pino carrasco (Pinus halepensis) con sotobosque de arbustos y herbáceas.

Fig. 1. Localización de la zona quemada. Las líneas rojas dan una idea aproximada, no exacta, del área afectada por el fuego. Los puntos 1, 2, 3, 4 y 6 estaban en el borde, y 5 corresponde a la cumbre del montecillo, el punto más alto al que llegó el incendio. Para elaborar la figura se ha tomado la imagen de Google Earth y se ha modificado.



El fuego no es sólo un elemento de devastación y ruina. Tenemos que verlo también como un factor que determina la composición y estructura de las comunidades de organismos, y en particular de la vegetación [1]. Obviamente, eso no justifica ni excusa la provocación de incendios forestales. Pero es importante entender que las plantas poseen adaptaciones de distintos tipos que les permiten hacer frente al fuego y que, aunque pueda parecer “herético” decir esto, hacen posible que en un territorio con un régimen sostenible de incendios la biodiversidad sea mayor que en uno donde se evitan totalmente. Veremos pronto alguna de estas adaptaciones y estrategias.


Un mes después del incendio visitamos la zona (días 30/09, 2 y 6/10). Recorremos principalmente dos sectores afectados: el más bajo, cerca del cauce de la rambla del Valle, y la parte superior hasta la cumbre del montecillo que constituye el punto más elevado del área quemada. Observamos el aspecto del territorio, los efectos del fuego y la posible respuesta, en este tiempo, de la vegetación.


Fig. 2. Aspecto de la zona quemada. A y B corresponden al sector más bajo, cerca de los puntos 1 y 6 de la Fig. 1 y del cauce de la rambla del Valle, que se ve al fondo de B. C y D se tomaron en la parte superior de la franja afectada por el fuego. La cumbre que aparece en D fue el punto más alto al que llegó el fuego, y después descendió unas decenas de metros por la otra ladera.



La Fig. 2 presenta imágenes de la zona quemada. El fuego afectó a numerosos ejemplares de pino carrasco (Pinus halepensis). Bastantes de ellos, individuos adultos y de buen tamaño, han conservado follaje verde en la copa; la corteza se ha carbonizado “a trozos” y superficialmente (Fig. 3), por lo que pensamos que podrían sobrevivir, aunque en estas condiciones sean mucho más sensibles a enfermedades. En cambio, la mayoría de los pinos jóvenes fueron afectados en la totalidad de su parte aérea.

Fig. 3. Izquierda: Pinos carrascos quemados o semiquemados en las cercanías del punto más alto adonde llegó el incendio. Como se aprecia, hay pinos que han sufrido daños en la totalidad de su parte aérea, pero otros conservan muchas hojas verdes. Derecha: Tronco de pino carrasco afectado por el fuego. Numerosos troncos estaban así, con la corteza carbonizada en algunas partes y no en otras; al parecer, el efecto del fuego fue más bien superficial en ellos.



La pedregosidad del sustrato y los múltiples afloramientos rocosos pudieron contribuir a que la intensidad del incendio no fuera demasiado elevada, como habría ocurrido con un sotobosque de arbustos y herbáceas más denso. En la parte más baja hemos visto, consumidos por el fuego, ejemplares de lentisco (Pistacia lentiscus), albaida (Anthyllis cytisoides), acebuche (Olea europaea), romero (Rosmarinus officinalis o Salvia rosmarinus), espino negro (Rhamnus lycioides), enebro de la miera (Juniperus oxycedrus), ajedrea (Satureja cuneifolia),... Parece que los más abundantes eran romero y espino negro. En el sector más elevado, el arbusto dominante del sotobosque era el espino negro (Rhamnus lycioides), pero también había individuos quemados de varias especies mencionadas antes, así como macollas de esparto. Por supuesto, se quemaron diversas herbáceas, sobre todo gramíneas, destacando el lastón (Brachypodium retusum), y vimos numerosos matorrales carbonizados que no pudimos identificar. La Fig. 4 muestra algunos de los efectos del fuego sobre estas especies.

Fig. 4. Arbustos del sotobosque del pinar afectados por el fuego. A. Romero (Rosmarinus officinalis, Salvia rosmarinus), uno de los más abundantes sobre todo en la parte baja de la franja quemada. B. Espino negro (Rhamnus lycioides), el más abundante en la parte alta, encontrándose también abajo. C. Lentisco (Pistacia lentiscus). D. Un pequeño acebuche (Olea europaea) quemado. E. En este enebro de la miera (Juniperus oxycedrus) persisten algunas hojas verdes en la parte superior.



En el poco tiempo transcurrido, ¿se ha producido alguna respuesta observable en la vegetación afectada por el incendio? Antes decíamos que las plantas poseen rasgos, adquiridos por evolución, que les permiten la supervivencia frente al fuego. Uno de esos rasgos es la capacidad de rebrotar: plantas dañadas por el fuego, incluso con la totalidad de su parte aérea quemada, pueden formar renuevos, brotes de ramas y hojas, a partir de estructuras aéreas o subterráneas con capacidad de crecimiento que se han mantenido protegidas. Sólo un mes después del incendio ya hemos visto rebrotes de distintas especies de plantas (Figs. 5-8). Entre las más rápidas en aparecer están las que producen ramas y hojas a partir de tallos subterráneas como rizomas o bulbos; por ejemplo, la flor de la estrella, Lapiedra martinezii, el llantén blanco (Plantago albicans) o los candilicos, Arisarum vulgare (Fig. 5).

Fig. 5. Plantas que han rebrotado en la zona quemada (I). A. Arisarum vulgare, llamada comúnmente candilicos, es un geófito bulboso: a partir de bulbos que persisten durante la estación desfavorable produce nuevos brotes con hojas. B. La flor de la estrella, Lapiedra martinezii, también es un geófito bulboso. Ya había numerosos pares de hojas en la zona quemada; cada par surge a partir de un bulbo. También hemos visto alguna Lapiedra que ha florecido y fructificado (C). D. El llantén blanco, Plantago albicans, es un hemicriptófito: las estructuras que permanecen en la estación desfavorable se encuentran a ras del suelo. Vemos rosetas de hojas de reciente aparición.



Hay numerosos rebrotes de gramíneas (Fig. 6), sobre todo lastón (Brachypodium retusum) y esparto (Stipa tenacissima), esta última en la parte más alta de la zona quemada.


Fig. 6. Plantas que han rebrotado en la zona quemada (II). Varias gramíneas han producido renuevos, en algunos casos no se ha podido identificar la especie. Izquierda: El lastón (Brachypodium retusum) es quizá la gramínea más abundante en el territorio. Derecha: Hasta el momento, el esparto (Stipa tenacissima) ha rebrotado en un paraje pedregoso en lo más alto de la franja incendiada.



Asimismo, hemos hallado rebrotes de plantas leñosas (Fig. 7), matorrales y arbustos como enebro de la miera (Juniperus oxycedrus), ruda borde (Haplophyllum rosmarinifolium) o espino negro (Rhamnus lycioides). Aunque el espino negro es de los arbustos más abundantes en el paraje, hasta el momento solo encontramos rebrotes en una planta; probablemente dentro de varios meses habrá muchos más, pero deben ser de los que más tardan en salir.

La labiada más abundante en el territorio, el romero, no es una planta rebrotadora, pero otras de su misma familia (Lamiaceae) sí han rebrotado, como la ajedrea u olivardilla (Satureja cuneifolia o S. obovata), y las zamarrillas Teucrium pseudochamaepitys y Teucrium buxifolium, esta última más rupícola.

Fig. 7. Plantas que han rebrotado en la zona quemada (III). Arbustos y matas. A y B. Este enebro de la miera (Juniperus oxycedrus) ha producido numerosos rebrotes en su base, en lo que parece ser un lignotúber; en B se ven con más aproximación. Pero también ha dado lugar a renuevos en otras partes del tallo que no han debido quedar gravemente dañadas por el fuego. C. Rebrotes en la base (lignotúber) de un espino negro (Rhamnus lycioides). Aunque se sabe bien que es una planta fácilmente rebrotadora, estos han sido los únicos que hemos visto hasta el momento. D. La ruda borde, Haplophyllum rosmarinifolium, no es una planta especialmente abundante en el territorio, pero sí encontramos bastantes rebrotes en la base de plantas quemadas. Las siguientes especies son de la familia Labiadas (Lamiaceae). E. Rebrotes de ajedrea (Satureja cuneifolia, S. obovata) en la base de un individuo quemado. Muy cerca, al lado del borde de la franja incendiada, podían verse ejemplares de ajedrea en flor (F). G y H. Rebrotes de dos especies de zamarillas, una de matorrales (Teucrium pseudochamaepitys, G) y otra más bien rupícola (Teucrium buxifolium, H).



Sin embargo, la planta que hasta ahora, en este corto periodo, ha producido renuevos con mayor pujanza ha sido la esparraguera borde, Asparagus horridus (Fig. 8). Tanto en la parte de abajo de la franja quemada como en la parte superior hemos encontrado decenas de rebrotes.


El palmito (Chamaerops humilis) merece una mención especial. Esta palmera enana es mucho más abundante en las sierras litorales que en El Valle, pero también está presente aquí. Hemos visto varios palmitos quemados con rebrotes (Fig. 8). De hecho, se ha dicho que es una de las plantas que rebrotan con mayor rapidez, a partir de rizomas o incluso de las yemas apicales que quedan protegidas por las hojas y pueden no resultar dañadas por el fuego.

Fig. 8. Plantas que han rebrotado en la zona quemada (IV). Izquierda: Al parecer, la esparraguera borde (Asparagus horridus) es la especie que ha rebrotado con mayor fuerza en este primer mes tras el incendio. Derecha: Pequeño palmito (Chamaerops humilis) quemado con rebrote.



Hasta aquí la capacidad de rebrotar. Otra estrategia de muchas plantas para hacer frente al fuego y conseguir la supervivencia, si no de los individuos, al menos de las poblaciones, es el reclutamiento post-incendio. En numerosas especies, la germinación de las semillas se ve favorecida por el fuego, ya sea por el calor o por los compuestos químicos producidos en el incendio. Además, hay plantas serótinas, como los pinos carrascos: conservan las semillas encerradas en estructuras, piñas en este caso, que se abren con el calor del fuego y liberan las semillas, las cuales pueden germinar a continuación. Todavía es muy pronto y no hemos visto plántulas resultantes de la germinación de semillas, pero sí había piñas abiertas de Pinus halepensis (Fig. 9). Por supuesto, muchas semillas podrán germinar en el terreno quemado en los próximos meses, bien sean semillas que se encuentren ya en el suelo y que no hayan sido dañadas por el fuego, o semillas que lleguen transportadas por viento, animales,... El que surjan más o menos plántulas dependerá de distintos factores, siendo importante la cantidad y distribución de las precipitaciones.

Fig. 9. El pino carrasco (Pinus halepensis) es una planta serótina. Sus semillas permanecen encerradas en la piña, que se abre con el calor del fuego y las libera, pudiendo entonces germinar.



Intentaremos volver a la zona dentro de unos meses para ver cómo avanza el proceso de sucesión.


[1] Véase, por ejemplo, el libro de Juli G. Pausas “Incendios forestales. Una visión desde la ecología”, publicado por el CSIC en 2012.



bottom of page